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El alquimista Próspero ha diseñado un extraño experimento. Hace alrededor de veinte años ha dispuesto encerrar a cuatro jóvenes en un lugar apartado de la isla en la que habita. Los hizo educar por su asistente, Ariel, y los mantuvo apartados de todo contacto con otros seres humanos.
Hoy ha llegado el momento de hacer que estos jóvenes, dos hombres y dos mujeres, salgan a conocer el mundo y entren en contacto unos con otros. Ariel promete hacer que los jóvenes se conozcan a cambio de que Próspero le otorgue la libertad.
Ariel lleva a cabo las órdenes de su maestro y amo y asistimos al encuentro de quienes por primera vez observan a un ser humano distinto, a la vez parecido y diferente.
Se suceden entonces fenómenos curiosos: cada uno descubre su propio rostro reflejado en un arroyo, se confronta con su propia identidad, con el otro, y con el atractivo sexual inmediato que, al no estar contenido por fundamentos y preconceptos sociales, es arrasador y totalmente espontáneo. Al deseo sexual le sigue la infidelidad y a ésta la culpa, que a su vez da paso a la deslealtad, la confusión y el caos.
Esto es lo que Próspero desea observar: la naturaleza del amor y los enigmas del sexo.
Cuando el caos y la angustia entre los jóvenes se vuelve insoportable, Próspero ordena a Ariel que los encierre nuevamente en su sitio de reclusión.
Finalmente, en su laboratorio de alquimia, Próspero retorna a sus reflexiones. Ariel quiere saber para qué hizo este experimento, desea conocer motivos y conclusiones. Pero Próspero se niega a dar respuestas unívocas. Su pasión es el conocimiento.
Próspero deja libre a Ariel y éste, antes de alejarse para disfrutar de su nuevo estado, le pregunta que hará en el futuro. La respuesta es simple: “Lo mismo que he hecho hasta ahora: me hago preguntas”.
Síntesis Argumental